Mi nombre es
Steven Shigarlúa, estaba en Arabia en 1998, y al momento de emprender mi viaje
decidí visitar Nicaragua ya que investigué mediante el internet que un país
rico en cultura y tradición. Específicamente, anhelo estar en las fiestas de
Masaya (los ahuizotes) por toda su pomposidad.
El vuelo se
atrasó un poco dado que llovía fuertemente y caía granizo, es por ello que
llegué a las 7:40 de la noche.Cuando arribé al destino deseado, me fui solo a
Masaya. La celebración de los ahuizotes aún no había salido del punto de
reunión, lo que me favoreció porque si no, me hubiese perdido.
Había por todos lados fritangas y por ende se
respiraba un olor a carne asada, el humo perfumaba toda mi ropa. La gente decía
a fuertes gritos: “¡Vivan los ahuizotes!”.
Andaban candiles, tarros viejos, calaveras,
coyundas. Se sentía bastante el olor a incienso.
Asistieron
muchas personas --eran incontables--.Era precioso estar rodeada de gente
alegre, estaban alarmadas porque sabían que en unos momentos los ahuizotes
saldrían de la casa comunal. Masaya se miraba muy elegante, había faros por
todos lados, a pesar que había llovido y estaba lodoso permanecía muy limpia.
Llegó el momento esperado. Ya estaban listos los
ahuizotes, tanto los niños como los adultos y los ancianos que se disfrazaban
de la Cegua, la Muerte Quirina, El Cadejo, la Llorona, la Mocuana, el Diablo
Negro, el Diablo Rojo, la Carreta Nagua, el Padre sin Cabeza,las Monjas,La Bruja, los Duendes y muchos espantos máso personajes que inventan, estas personas lo hacenen
honor a las leyendas nicaragüenses.
La fiesta era tan llamativa que me entró una curiosidad y observé
minuciosamente los trajes que utilizan, que portan una máscara y una cotona
negra, blanca, café o de cualquier color oscuro. Pero a cada traje le ponen las
características del personaje. Además, arrastran las cadenas por las calles
para hacer un ruido tenebroso y molesto. También algunos llevan tumbas y
machetes de madera con pintura roja para que parezcan ensangrentados.
El baile carnavalesco se sentía a flor de piel, a cada
momento mi tezse erizaba, los ahuizotes bailaban al son delos chicheros y de
las marimbas,me emocioné tanto que fui capaz de menearmecon ellos. Los
ahuizotes estaban espantando tanto a toda la genteque andaba en las calles como
a la que observaba la procesión en sus casas.El recorrido se efectuó por todas
las principales calles de Masaya.El desfile fue alegrísimo, lleno de bulla y de
diversión.
Las casas estaban alumbradas a medias con antorchas y
candiles para crear una atmósfera siniestra. La gente, además de llevar sus
disfraces, se embadurna todo el cuerpo de manteca de cerdo y de grasa.
Los gritos son aterradores, pero en este momento no es
por el susto de los ahuizotes: “¡vamos, vamos están regalando comida y
fresco!”, sino porque mientras hacen el recorrido, algunos pobladores en
devoción a las festividades del patrono San Jerónimo reparten nacatamales,
chicha, cosa de horno, rosquillas, indio viejo,revueltasy otros alimentos y bebidas
derivados del maíz.
Mientras
pasaba la procesión, algunas viejitas, por sus creencias de antaño, vestían a sus nietos de
rojo para evitar un mal, le ponían una cruz de incienso en su frente para que
no aparecieran viscos al día siguiente,
los abrigaban y se sentaban debajo de una escalera como símbolo de protección
de los espíritus de la noche, espíritus burlones o espantos.
La viejita de 95 años aseguraba la validez histórica de las leyendas tales
como la Carreta Nagua, la Llorona, la Mocuana, el Padre sin Cabeza que son
historias tenebrosas, de terror ancestral. “Nacen cuando por primera vez los
españoles nos agredieron en nuestras tierras e impusieron a espada y fuego
exterminar casi totalmente a nuestra población indígena”.
Remojado por la lluvia y el
sudor, ya casi amaneciendo, y un poco mareado por la chicha bruja que me tomé,
fui a Monimbó a hospedarme a un hotel llamado “Casimiro la revuelta”, para
seguir disfrutando, porque los masayas me transmitieron su alegría y no pienso
irme jamás de Nicaragua.
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