El astillero
como es hoy debería contener todo el pasado. Una playa pintoresca y viva de sueños. Aquella en
la cual chambelanes pasean por las costas con sus burros y caballos sin herirse
los cascos. El invisible astillero antes no estaba minado por las pirañas. Los
predios baldíos eran incontables, pero ahora ya no existen por el extranjero.
El abrigo de las familias toleñas era una práctica invariable, su gentileza es
inolvidable. No eran faltos de la pesca artesanal, siempre las pangas estaban
acompañadas de sus redes de pescar. La agricultura y la ganadería era un estilo
de vida. Las casas se mantenían limpias, eran de tejas, sus paredes de adobe y
su piso era de tierra. En su patio no fallaban las mandarinas, bananos y
granadillas. En cuanto a comodidad eran similares a las de Santa Teresa,
Carazo.
Los
inmensos oleajes solo son utilizados por
los turistas para surfear y disfrutar,
pero el descuido de la playa es visible. El astillero con rostro de niño
es violado. Antes no descubierto se bañaban en las aguas densas y con un tono
transparente solo los pobladores, quienes eran precavidos y aseados con la
playa.
La
puesta del sol en el maravilloso astillero, rodeada de limpieza te graba en tu
cd mental imágenes fuera de lo común. La tierra no ha olvidado al astillero,
pero le arde el corazón y siente los achaques porque la están explotando, pero
no alimentando.
En
sus carreteras se notan los años de cara de infante, los colchones verdes
permanecen en los guindos, sus calles están formadas como cajetas de coco y aún
no pavimentadas. Está adornada con ventas de rosquillas, ayaco, conchas negras,
etc.
Las
decenas de tortugas se asolean en la playa, los caballitos de mar danzan y las
indias con sus infaltables trenzas ponían su atuendo en las rocas y luego se bañaban.
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