En
Kosovo era un día fresco ya que estaba
un poco nublado. Estaba en la sala de jurado un martes de mayo del año 1996
porque yo era miembro de jurado. A Perry y a Richard los están acusando por la gravedad de un crimen, y para pagar el
delito les darán sentencia de muerte: los enviarán a la horca.
Después de escuchar a los
acusadores y los defensores el juez
Fiallos se puso de pie y expresó: “Perry
y Richard la noche de un viernes tuvieron un impulso y ansias de matar a niños de un hospital de Kosovo. Ambos
dieron muerte a treinta niños que se encontraban en una incubadora.
El juez hizo una pausa, fijó
sus ojos hacia el jurado y continuó: “La locura de estos dos hombres no se
comprende porque es una gran crimen, un delito grave, por tal razón merecen
morir. Todo apunta a que son culpables”.
Días antes de que el juez
dictara la sentencia los periódicos, ya estaban alarmando a la población de que
se iba a llevar a juicio a Perry y a Richard por el crimen cometido. Gabrielito,
hijo de Perry, de tan solo ocho años, como de costumbre caminaba con Martha por
las calles de la ciudad Páramo, este día
no fue la excepción y le pidió a su nana que le comprara el periódico porque le
fascinaba la sección “Variedades” que se
encontraba en la página A1, le
gustaba encontrar las seis diferencias de las caricaturas, sopa de
letras y une con una raya.
En una de las tantas
ediciones, el niño después de terminar
de divertirse con las caricaturas, le entró curiosidad, entonces volteó la hoja y se fue a la página A2. Cuando Gabrielito miró
la foto de su papá tras las rejas y leyó
el pie de foto que decía “Perry al lado izquierdo, un brutal asesino”, comenzó a gritar y a llorar sin parar.
Gabrielito, sentía mucho
dolor en su corazón. Llegó a la casa y
se encerró en su cuarto, dijo que iba a dormir, pero él quería llorar. En toda
la casa se escuchaba el gemido del niño porque lloraba, lloraba y lloraba; sus
ojos ya estaban hasta rojos e inflamados, sus labios se ponían cada vez más
morados y todo su cuerpo estaba helado,
helado. Llega Bárbara, la mamá y le pregunta qué pasa. Él le cuenta.
Al día siguiente la mamá
trató de ver a Perry y no pudo, no le permitieron. Las miradas de tristeza y
dolor se sentían a flor de piel, Bárbara estaba asustada, vestía ropa negra y
portaba un rosario en sus manos haciendo rogativas al Divino Niño.
Perry estaba inquieto porque
anhelaba abrazar y darle besos a su joya valiosa, pero lastimosamente no podía debido a que sus manos y pies
estaban encadenados.
Meses después llegó el
cumplimiento de la sentencia a morir en la horca. Bárbara se presentó a la
ejecución. Ella lloraba y lloraba, se notaba en su rostro la tristeza, además tenía unas grandes ojeras como que si tal
tuviera meses de no dormir. Estaba sentada en el piso y encorvada, siempre tenía
en sus manos el rosario confiando
que el Divino Niño tendría misericordia de su amado esposo.
Perry,
vestía una camisa blanca y no la tenía abotonada completamente, se lograba visualizar en su pecho
un tatuaje, era un corazón rojo y en
letras verdes decía “TE AMO”. Con
el color de las letras le transmitía
esperanza a su esposa y
portaba un pantalón negro.
Los lamentos se escuchaban a
gran voz tanto de Bárbara como de
Perry. El asesino al momento
de subir
al cadalso se arrepentía del crimen, se hablaba a sí mismo, pensaba en
su familia porque sabía que a medida que
subiera las escaleras tenía un paso a
favor de la muerte, recordó cuando degolló a los niños y les
quitó parte de sus órganos. Sus manos y
pies iban encadenados, su rostro estaba
pálido y tenía muchas lágrimas,
sus piernas temblaban y parecían
desvanecerse cada vez que daba un paso.
Cuando por fin llega a la parte
superior, lo prepararon, le colocaron la
soga al cuello, le introdujeron la bolsa
negra en su cabeza, lo dejaron caer y
quedó guindado.
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