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viernes, 17 de febrero de 2012

El ladrón de futuros

En Kosovo era un día fresco  ya que estaba un poco nublado. Estaba en la sala de jurado un martes de mayo del año 1996 porque yo era miembro de jurado. A Perry y a Richard los están acusando  por la gravedad de un crimen, y para pagar el delito les darán sentencia de muerte: los enviarán a la horca.

Después de escuchar a los acusadores y los defensores  el juez Fiallos se puso de pie  y expresó: “Perry y Richard la noche de un viernes tuvieron un impulso y ansias de  matar a niños de un hospital de Kosovo. Ambos dieron muerte a treinta niños que se encontraban en una incubadora.
                                                  
El juez hizo una pausa, fijó sus ojos hacia el jurado y continuó: “La locura de estos dos hombres no se comprende porque es una gran crimen, un delito grave, por tal razón merecen morir. Todo apunta a que son culpables”.

Días antes de que el juez dictara la sentencia los periódicos, ya estaban alarmando a la población de que se iba a llevar a juicio a Perry y a Richard por el crimen cometido. Gabrielito, hijo de Perry, de tan solo ocho años, como de costumbre caminaba con Martha por las calles de la ciudad Páramo,  este día no fue la excepción y le pidió a su nana que le comprara el periódico porque le fascinaba  la sección “Variedades” que se encontraba en la página  A1,  le  gustaba encontrar las seis diferencias de las caricaturas, sopa de letras y une con una raya.

En una de las tantas ediciones,  el niño después de terminar de divertirse con las caricaturas, le entró curiosidad, entonces  volteó la hoja y  se fue a la página A2. Cuando Gabrielito miró la foto  de su papá tras las rejas y leyó el pie de foto que decía “Perry al lado izquierdo, un  brutal asesino”, comenzó a  gritar y a llorar sin parar.

Gabrielito, sentía mucho dolor en su corazón.  Llegó a la casa y se encerró en su cuarto, dijo que iba a dormir, pero él quería llorar. En toda la casa se escuchaba el gemido del niño porque lloraba, lloraba y lloraba; sus ojos ya estaban hasta rojos e inflamados, sus labios se ponían cada vez más morados y todo su cuerpo estaba  helado, helado. Llega Bárbara, la mamá y le pregunta qué pasa. Él le cuenta.

Al día siguiente la mamá trató de ver a Perry y no pudo, no le permitieron. Las miradas de tristeza y dolor se sentían a flor de piel, Bárbara estaba asustada, vestía ropa negra y portaba un rosario en sus manos haciendo rogativas al Divino Niño.

Perry estaba inquieto porque anhelaba abrazar y darle besos a su joya valiosa, pero lastimosamente  no podía debido a que sus manos y pies estaban encadenados.

Meses después llegó el cumplimiento de la sentencia a morir en la horca. Bárbara se presentó a la ejecución. Ella lloraba y lloraba, se notaba en su rostro la tristeza, además  tenía unas grandes ojeras como que si tal tuviera meses de no dormir. Estaba sentada en el piso y encorvada,  siempre tenía  en sus  manos el rosario confiando que el Divino Niño tendría misericordia de su amado esposo.

Perry,  vestía una camisa blanca y no la tenía abotonada completamente,  se lograba visualizar en  su pecho  un tatuaje, era un corazón rojo y en  letras verdes decía  “TE AMO”. Con el color de las letras le transmitía  esperanza a su esposa y  portaba  un pantalón negro.

Los lamentos se escuchaban a gran voz tanto de Bárbara como de  Perry.  El asesino al momento de  subir  al cadalso se arrepentía del crimen, se hablaba a sí mismo, pensaba en su familia porque sabía que a medida  que subiera las escaleras tenía un paso  a favor de  la muerte,  recordó cuando degolló a los niños y les quitó parte de sus órganos.  Sus manos y pies iban encadenados, su rostro estaba  pálido y  tenía muchas lágrimas, sus piernas temblaban  y parecían desvanecerse cada vez que daba un paso.

Cuando por fin llega a la parte superior, lo prepararon,  le colocaron la soga al cuello, le introdujeron  la bolsa negra en su cabeza, lo dejaron caer  y quedó guindado.

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