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viernes, 17 de febrero de 2012

Las ciudades y el deseo (Anastasia)

Al cabo de días duros de faena, anda el joven bajo la aurora, se encuentra en Boaco, la hermosa ciudad de dos pisos, cobijada por los cerros “El cuero” y “Las Banderas”, y dócilmente acariciada por el río Fonseca. Es famoso por sus hembras pícaras que balancean en sus hombros las tinajas de agua y los odres de leche. Todos alaban los frijoles que cocinan entre piedras y la llama de leña; adornados con chile y con limón. Comentar de las doncellas que se bañan en el río es un cuento de hadas. El agua cristalina permite ser un espejo. Cuando cabalgan por la virgen extensión del  río y los pintorescos senderos se sienten en un paraíso. Las mozas invitan a los exóticos extranjeros a descubrir la seductora estancia y los elementos naturales que configuran bellamente la ciudad.


Boaco despierta los deseos uno por uno. Quien se halla en una alba en medio del atractivo río los deseos se le encuentran, se les despiertan todos los que estaban tullidos en el corazón. La ciudad se presenta como un todo en que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte.


El río Fonseca goza de todo lo que tú no gozas, no te queda por deseo habitar sino por penuria.  Tal poder, que a veces es enriquecedor, a veces vivian, tiene el Fonseca, ciudad engañadora: si durante diez horas al día trabajas como ordeñador, mayorista de leche, algodonero, tu afán se acomoda al deseo y el deseo a su forma, crees que gozas y prosperas en el río Fonseca cuando sólo eres su esclavo.

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