Al cabo de días duros de faena, anda el joven bajo la aurora, se
encuentra en Boaco, la hermosa ciudad de dos pisos, cobijada por los cerros “El
cuero” y “Las Banderas”, y dócilmente acariciada por el río Fonseca. Es famoso
por sus hembras pícaras que balancean en sus hombros las tinajas de agua y los
odres de leche. Todos alaban los frijoles que cocinan entre piedras y la llama
de leña; adornados con chile y con limón. Comentar de las doncellas que se
bañan en el río es un cuento de hadas. El agua cristalina permite ser un
espejo. Cuando cabalgan por la virgen extensión del río y los pintorescos senderos se sienten en
un paraíso. Las mozas invitan a los exóticos extranjeros a descubrir la
seductora estancia y los elementos naturales que configuran bellamente
la ciudad.
Boaco despierta los
deseos uno por uno. Quien se halla en una alba en medio del atractivo río los
deseos se le encuentran, se les despiertan todos los que estaban tullidos en
el corazón. La ciudad se presenta como un todo en que ningún deseo se pierde y
del que tú formas parte.
El
río Fonseca goza de todo lo que tú no gozas, no te queda por deseo habitar sino
por penuria. Tal poder, que a veces es
enriquecedor, a veces vivian, tiene el Fonseca, ciudad engañadora: si durante
diez horas al día trabajas como ordeñador, mayorista de leche, algodonero, tu
afán se acomoda al deseo y el deseo a su forma, crees que gozas y prosperas en
el río Fonseca cuando sólo eres su esclavo.
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